¿Cómo puedo reconciliarme con Dios?

 

“De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo.

Señor, oye mi voz,

Estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica.

                                

JAH, si mirares a los pecados,

¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse?

Pero en ti hay perdón,

Para que seas reverenciado. Salmo 130:1-4.

 

Este es el clamor y la esperanza de aquel que quiere reconciliarse con Dios. Comenzando desde el principio, y usando la Biblia como guía, buscaremos mostrarle lo que dice Dios sobre cómo puede usted reconciliarse con Él.

 

En primer lugar tenemos que entender que Dios es santo. Por lo tanto, no puede permitir al pecador en su presencia. “Este es el mensaje que hemos oído de Él y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en Él. Si decimos que tenemos comunión con Él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad.” 1 Juan 1:5-6. O como dijo el gran líder Josué: “No podréis servir a Jehová, porque Él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados.” Josué 24:19. El salmista lo expresó así: “Jehová reina; temblarán los pueblos. Él está sentado sobre los querubines, se conmoverá la tierra. Jehová en Sión es grande, y exaltado sobre todos los pueblos. Alaben tu nombre grande y temible. Él es santo…. Exaltad a Jehová nuestro Dios, y postraos ante el estrado de sus pies. Él es santo.” Salmo 99:1-3 y 5.

 

Luego, tenemos que entender que, aunque Dios nos ama y desea comunión con nosotros, nuestros pecados han causado una separación entre Dios y nosotros. Nuestros pecados han provocado la ira de Dios, siendo Él el Creador y el Juez del mundo.  “He aquí no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.” Isaías 59:1-2.  “Por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras.” Romanos 2:5-6.

 

La Biblia comienza con la historia de Adán y Eva, nuestros primeros padres. (Puedes leer la historia en Génesis capítulo 3.) Dios los creó perfectos, y los puso en un hermoso huerto. Los permitió comer de todos los árboles del huerto, menos uno: el árbol de la ciencia del bien y del mal. Dios dijo que si comieran de ese árbol ciertamente morirían. Adán y Eva, tentados por la serpiente, desobedecieron a Dios. Inmediatamente sintieron su alejamiento de Dios. “Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto.” Génesis 3:7-8.

 

A pesar del pecado de Adán y Eva, Dios seguía amándolos. Los llamó diciendo: “¿Dónde estás tú?”, deseando su reconciliación. En vez de humillarse ante Dios, se acusaron el uno al otro. A pesar de su pecado, o quizá podríamos decir, a causa de su pecado, Dios prometió que vendría Uno, nacido de mujer, que les podría librar del dominio de la serpiente, aunque Él mismo sería herido por la serpiente. Dios dijo a la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón.” Esta es la primera promesa de un Salvador, Uno que nos puede reconciliar con Dios. El profeta lo explicó de esta manera: “Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” Isaías 53:5.

 

Dios echó a Adán y Eva de la hermosa huerta, pero antes les hizo ropas de pieles de animales. Así les mostró que sólo por la muerte de un sustituto podía ser cubierto la vergüenza de su pecado, pues la sentencia por el pecado es muerte.

 

Pasaron 4000 años. Durante todo ese tiempo los siervos de Dios profetizaban de venida de Uno que traería la paz. Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, para redimir a su pueblo. Un ángel del Señor dijo a José en sueños: “No temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.” Mateo 1:20-21.

 

Antes que Jesús comenzara su ministerio, Juan Bautista predicó al pueblo de Israel, llamándoles al arrepentimiento y señalando a Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Juan 1:29.

 

Jesús mismo salió por Galilea y Judea predicando acerca del reino de Dios. Sanaba a los enfermos, daba la vista a los ciegos, hacía caminar a los cojos y echaba fuera demonios. Los que estuvieron con Él dieron testimonio de su vida perfecta y de que era el Hijo de Dios.

 

A pesar de todo esto, los líderes religiosos lo aborrecían porque Jesús reprendía la hipocresía de sus corazones. Ellos prendieron a Jesús y pidieron su muerte ante Pilato, el gobernador romano. Aunque Pilato declaró varias veces que Jesús era inocente, por exigencia de los sacerdotes, lo sentenció a muerte de cruz. Mientras le clavaban las manos y los pies a la cruz, Jesús clamaba: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

 

Murió Jesús allí, y fue sepultado, pero al tercer día Jesús resucitó de los muertos. Al encontrarse con sus discípulos después de su resurrección, les dijo: “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones.” Lucas 24: 46-47.

 

Cincuenta días después el apóstol Pedro predicó estas palabras: “Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de Él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó , sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella…. Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.” Los oyentes, compungidos de corazón preguntaban: “¿Qué haremos?” Pedro les contestó: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.” Hechos capítulo 2.

 

Vemos que el apóstol Pedro pidió dos cosas de sus oyentes para que pudieran recibir el perdón de sus pecados. Primero, el arrepentimiento. Esto significa que uno rechaza su vida de pecado y propone caminar en los caminos de Dios, reconociéndole como Señor. La segunda es una identificación con Jesucristo en su muerte y resurrección, sabiendo que ese es el único sacrificio que nos puede quitar el pecado. No es el rito del bautismo que quita el pecado, sino la fe en la persona de Jesús el Cristo y en la obra que Él hizo por nosotros muriendo en nuestro lugar. En el bautismo confesamos esa fe en Jesús el Salvador.

 

El apóstol Pablo, escribiendo un poco más tarde, dijo: “Dios… nos reconcilióconsigo mismo por Cristo… Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomando en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros se hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él. Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Porque dice: “En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido”. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación.” 2 Corintios 5:19—6:2.

 

El Evangelio de Juan también explica el asunto: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.” Juan 3:16-21.

 

Como embajadores de Cristo, queremos invitarle a reconciliarse con Dios.

Reconciliándonos con Dios